jueves, 25 de mayo de 2017

TENGO ALGO QUE CONTARTE (16)

Correspondencia entre dos mujeres.




Salt, Jueves 25 de mayo de 2017




UN PASEO POR EL MUNDO




Mi querida Habanera, sobre su carta anterior sólo puedo decirle: ¡¡“touchée”!!

Dio de lleno en la línea de flotación de esta sociedad que navega, a mi parecer, cada vez más a la deriva humanística. Tiene toda la razón en su planteamiento, en causas y efectos de esta sinrazón que vivimos. Una sociedad en la que nos han hecho creer como la mejor, la única posible, la libre, la del bienestar, la del progreso. Y sí, es cierto que hemos progresado en muchos campos, pero no siempre se volcó ese beneficio de manera óptima y justa sobre todos. Esos cantos de sirena capitalista de los que me habla, acá más que cantos de sirena ya son “la canción del verano”. Esa canción repetida, machacona, horrorosa, pero que sin saber cómo acabas aprendiendo letra y música; y cantándola sin darte ni cuenta. Queda ahí bien fijadita en la memoria y nosotros empapados de su son.

Su carta me iba haciendo pensar en el pueblo donde vivo, ahora mi pueblo. Hoy me gustaría hablarle de él. Vivo en un pueblo especial, muy sencillo, sin grandes monumentos, ni palacios. Un pueblo ancestral y fundamentalmente obrero, que históricamente sabe de la resistencia y la fuerza del tejido asociativo entre las personas. Está pegadito a la capital; una ciudad hermosa, de elegante piedra gris, monumental, museo de grandes culturas; de gentes tradicionalmente educadas, modosas, de talante burgués aunque esperando no parecerlo. Mi pueblo sería para ellos el extrarradio, pero para nosotros, el sentido de identidad local está bien arraigado. 
  
Este pueblo se dedicó siempre a la agricultura, pero los años 30 trajeron las industrias textiles. El curso del río iba quedando salpicado de nuevas fábricas, y aquí, aún siendo un pueblo chiquito, se instalaron un par de ellas. La demanda de mano de obra hizo que en poco tiempo, las gentes del campo de los alrededores viniesen a trabajar al pueblo. A la llamada acudieron también muchas personas del resto del estado español, que inmersos en una vida de penuria y desesperanza (nos situamos en una posguerra) optaron por empezar de nuevo, aunque fuese lejos de sus casas.




Encontraron una tierra donde se hablaba otro idioma, se comían otras cosas, se bailaban otros bailes, se vestían de otra manera,… donde ellos eran los raros. Normalmente ocupaban los puestos de trabajo más rudos, las viviendas más humildes, pero todo parecía mejor que el lugar que dejaban. Sus hijos iban a la escuela, había comida en casa, ropa para la familia,… en fin, eso que ahora llamamos cubrir las necesidades básicas. Hicieron de ésta su tierra aún echando de menos parte de su pasado pues bien sabe usted que la memoria no es inmune a los sentimientos. Pero era una oportunidad para volver a tener esperanza. Los nuevos balcones estaban a reventar de flores, tantas como añoraban del patio natal de sus propietarios. Poco a poco empezó el mestizaje. Congeniaron el potaje y el pescaíto con la botifarra y los canalones. El arroz se coló en las mesas como postre cocinado en leche y canela. Los jóvenes se enamoraban sin pedirse certificado de procedencia. Se mezclaban palabras y giros literales que, con el tiempo y aunque fuera de los diccionarios, ya sonaron como normales.




Y como la historia es cíclica y las penurias constantes, se repiten situaciones. Durante la última década a mi pueblo han ido llegando gentes, triplicando su censo con personas de procedencia extranjera, que supone cerca del 50%. Como en épocas anteriores, llegaron los pobres a llenar los puestos de trabajo necesarios para que la maquinaria de crecimiento económico siguiese funcionando, creando más riqueza para los ricos. Hoy convivimos ciudadanos de más de 70 nacionalidades y hablando más de 30 lenguas.  Es la población con uno de los porcentajes más altos de niños de 0 a 15 años, muy superior a la media del resto del país. Estos niños son parte de los que sustentarán el mundo. Pero necesitan escuelas, también los adultos que llegaron analfabetos, con estudios precarios o sencillamente para aprender nuestra lengua y defenderse en su día a día. Y ya que salió el tema ahora le explico, así por encima, nuestro sistema de escuelas.

Hay tres clases de ellas: las privadas, donde cada alumno paga su enseñanza íntegramente. Las públicas, que son gratuitas. Y las concertadas, en las que el profesorado lo paga el estado, pero el alumno debe pagar una parte por “enseñanzas complementarias”. Éste último bloque lo forman muchos centros, la gran mayoría de titularidad religiosa, aunque también los hay laicos (de propiedad particular o de empresa). Las cuotas a pagar son asequibles (no olvidemos que la partida más importante de gastos, el profesorado, lo asume el estado) y ofrecen instalaciones atractivas y cercanas. Las órdenes religiosas en este país siempre tuvieron fuerte presencia en la enseñanza y muchísimos centros dedicados a ella. Recordemos también que durante todo el período de dictadura fue campo abonado para ellos. La religión y la política formaron un matrimonio perfecto donde se retroalimentaban mutuamente. Aún ahora no se piense usted que no quedan lazos afectivos entre ambos. A pesar de intentar separarlos, siempre encuentran el momento para salir a cenar juntos y acabar en la cama. Este idilio queda patente en las leyes educativas que van editando. 

Bien, como le decía, cuando el gobierno decidió estos conciertos esgrimió el argumento de que se necesitaban muchas plazas escolares, y claro, valía la pena aprovechar todas las instalaciones ya funcionando, pagarles lo pactado, y no tener que construir de nuevo las escuelas que faltaban porque era una inversión grande e innecesaria. Aparte de los planteamientos ideológicos para defender la escuela pública como eje único en la educación, esta amalgama escolar no tendría más importancia si cumpliese su cometido con ecuanimidad. Pero no. A las escuelas públicas pueden ir todos, pero a los centros concertados sólo aquellos que los papás deciden (y pueden pagar) y la dirección da su beneplácito. Como usted puede imaginar, los chavales no quedan repartidos por igual. Aunque los maestros los pague todos el gobierno, tenemos escuelas con un 100% de hijos de inmigrantes, otros con el 80% y otros con el 5%. Los autóctonos trasladan a sus hijos de centro o de municipio, quedando reducidos a guetos algunos colegios.





Los defensores de este sistema se acogen al derecho de elección de los padres sobre la escuela para sus hijos, olvidando que mientras haya cuotas que pagar, la elección no es tal para los pobres. Así, los niños autóctonos no suelen tener por compañeros a niños negros o árabes.  Si con el mismo físico fuesen hijos de algún jugador de baloncesto de la NBA o de algún futbolista famoso, el tono “negro teléfono” de la piel queda excusado y casi diluido inmediatamente. Pero no, no se mezclan porque sean negros o árabes, sino porque son pobres. Lo que da mucho que pensar, porque esta segregación escolar, no se queda sólo en la escuela. Cuando salen de la escuela no hacen deporte con el resto de chicos del pueblo. Aquí, si los niños practican fútbol, baloncesto, voleibol,… o cualquiera que sea, deben estar federados para poder hacer sus competiciones. Estar federado significa pagar una cuota, además de la vestimenta y complementos. Ya topamos de nuevo con lo imposible. ¿Cómo va a destinar una familia 50€ a que el niño juegue dándole patadas a un balón, cuando enviando ese dinero a su país, la familia que quedó allá en la miseria comerá durante un mes? O simplemente, podrán comer ellos aquí. ¡Ni le explico lo que complica el tema si es una niña! 

Al problema económico hay que añadir el de género, pues el rol femenino pasa por cuidar a los hermanos pequeños y ayudar a mamá en las tareas de casa. El deporte no ocupa un lugar precisamente destacado en el ranquing de actividades femeninas. Tampoco se encontrarán en otras actividades extraescolares. Unos irán a clases particulares de inglés, de piano, de taekwondo o de ballet. Llegarán a casa para hacer los deberes conectados a Internet y si queda un rato libre (cosa difícil con la vorágine de actividades a que los apuntaron), jugarán en su cuarto con la Play-station. Los otros jugarán en el parque hasta que anochezca, algunos irán a la biblioteca pública como única  ayuda a los deberes, y al llegar a casa, seguramente mirarán un rato de televisión, donde las celebrities discuten eternamente por naderías y el despliegue publicitario les irá mostrando sin descanso todo aquello que ellos no se podrán comprar. Y así hasta el día siguiente, en que por la mañana volverán a su escuela de pobres y seguirán el ciclo discriminatorio que entre todos hemos fabricado. Ya ve usted Habanera cómo la segregación se va perpetuando para ellos en tiempo y espacios.




No es fácil gestionar el puzzle social que conformamos este pueblo, es cierto. Pero creo que en temas como el escolar, no lo estamos haciendo nada bien. Sabemos que si la educación no la basamos en la igualdad, no conseguiremos en un futuro ciudadanos que se miren como iguales. El problema es que la diferencia es temida en esta sociedad de mira estrecha. Parece que la verdad y lo correcto sólo es lo nuestro.

Pero también le digo que con todo este escenario que le explico, es un lujo pasear por mi pueblo. Que las plazas se llenan de niños que juegan, de hombres que charlan, de mujeres que comparten confidencias y se ríen. En definitiva, se llenan de vida. Que mires dónde mires hay colores, en los rostros, en los vestidos, en los turbantes, en los zapatos. Que puedes chuparte los dedos comiendo un cous-cous o un kebab marroquí, una samosa del punjab, un thieboudienne senegalés, un tapado hondureño o unos calamares andaluces. Que mientras caminas te van llegando frases en mandinga, en urdú, en bámbara, en árabe, en wolof,  en punjabí, en andaluz, en fula, en rumano, en amazig, en yaana,… como si estuvieses ante un aparato de radio en el que vas cambiando constantemente de emisora que conectase en cada momento con un rincón del planeta.

He tenido la suerte de trabajar desde hace años con y para personas inmigradas, y le digo que he aprendido muchísimo. Me han hecho una capacitación fabulosa, ayudándome a salir un poco de este analfabetismo cultural en el que tan confortable y convenientemente nos hemos instalado. Han provocado ganas de conocer, de saber, de entender la diferencia. Y eso es fantástico, Habanera. Te sientes crecer un poquito. Vivir aquí es como un constante paseo por el mundo, y vale la pena aprovecharlo al máximo, ¿no le parece?. La invito a pasearlo conmigo, aunque sea en la distancia.

Hoy le mando un gran abrazo multicolor.

Vicentita



(*)Tengo algo que contarte. Correspondencia entre dos mujeres es una relación epistolar entre una mujer de La Habana y otra de Salt (Girona). La publicación de estas cartas se realiza con el permiso de ellas mismas que han confiando en La Guerrilla Comunicacional su publicación.

Si es la primera carta que lees puede ser que te interese ver el histórico de la correspondencia:

Prólogo: Prólogo
Carta 1ª: Carta nº 1
Carta 2ª: Carta nº 2
Carta 3ª: Carta nº 3
Carta 4ª: Carta nº 4
Carta 5ª: Carta nº 5
Carta 6ª: Carta nº 6
Carta 7ª: Carta nº 7
Carta 8ª: Carta nº 8
Carta 9ª: Carta nº 9
Carta 10ª: Carta nº 10
Carta 11ª: Carta nº 11
Carta 12ª: Carta nº 12
Carta 13ª: Carta nº 13
Carta 14ª: Carta nº 14
Carta 15ª: Carta nº 15



lunes, 8 de mayo de 2017

TENGO ALGO QUE CONTARTE (15)

Correspondencia entre dos mujeres.



La Habana, Lunes 8 de mayo de 2017



S.O.S. LA GUERRA CULTURAL


Querida amiga Vicentita:

Agradezco y me nutre, como siempre, tu correspondencia. Me impacta la visión que me das de las realidades de la educación en tu país, no sólo sobre las desigualdades en el acceso al derecho universal tan vilipendiado en las sociedades capitalistas, sino por los retos que establece la formación de  nobles valores en los alumnos en un entorno  que promueve, por origen, el individualismo, el egoísmo y por ende, la falta de solidaridad. Al respecto te comento que no obstante los logros alcanzados en Cuba y del socialismo imperante, las consecuencias de una sostenida guerra cultural encubierta y al descubierto, establece a los cubanos, tanto maestros como a padres, notables complejidades a vencer. Respecto a lo que me comentas sobre la República, te comprendo y comparto el compromiso de no olvidarla jamás, a pesar de los esfuerzos que hace la derecha dominante por barrerla de la memoria histórica.

Cuba ha sido blanco de todo tipo de guerras, desde la económica hasta la militar, desde la bacteriológica y química, hasta la cultural y mediática desde el mismo triunfo de la Revolución. Al decir del historiador cubano Elier Ramírez, cito de manera textual: ”la guerra cultural es aquella que promueve el imperialismo cultural, en especial el de Estados Unidos, como potencia líder del sistema capitalista, por el dominio humano en el terreno afectivo y cognitivo, con la intención de imponer sus valores a determinados grupos y naciones” y agrega que “ es un concepto que, entendido como sistema, integra o se relaciona con elementos o términos que han sido de mayor uso como el de la guerra política, psicológica, de cuarta generación, smart power, golpe blanco, guerra no convencional y subversión ideológica”.





A esta nación, a esta isla, se le ha aplicado el compendio completo de estos tipos de guerra y “aquí estamos” gracias a la resistencia que el pueblo cubano le ha brindado a políticas altamente belicosas e intervencionistas. Sin embargo debo confesar que la guerra cultural puesta al servicio de la subversión ideológica complejiza el accionar de los profesores y padres en la formación de valores cívicos, patrióticos y culturales, aún en el contexto de una sociedad, que por naturaleza y ejecutoria, hace brotar de los hombres lo mejor de sí. Te puedo afirmar que no estamos fuera de la batalla. Hasta aquí llegan los artefactos simbólicos del capitalismo/imperialismo con cantos de sirena sobre las bondades de un estado de bienestar sustentado en la más feroz desigualdad social. Tal parece que marchamos al planeta americano, como diría el español  Vicente Verdú en su libro del igual título, “El Planeta Americano”.

La guerra cultural impacta sobre los modos de vida, las conductas, las percepciones de la realidad, los sueños, las expectativas, los gustos, las maneras de entender la felicidad y las costumbres y en todo aquello que tiene que ver con lo más común de la vida cotidiana. Ello  llega a los pueblos y al público receptor como agua para chocolate, en apariencia de manera natural e inocua. Así, a través de la invasión creciente de  productos de multimedia, la música, los videos juegos, el cine, la filtración de informaciones difamatorias sobre políticas o personalidades nacionales e internacionales y en especial con la imposición subliminal de que el capitalismo es superior y  todopoderoso, y ofrecer el afamado bienestar material al alcance de todos, tratan de desmovilizar las bases de la revolución cubana y de la izquierda a nivel global. Violan la soberanía de los pueblos, tratan de imponer un patrón de conducta social y personal y desmontar todo lo que constituya una alternativa a la hegemonía del capitalismo. La desigualdad expresa en los niveles y prioridades del desarrollo entre los países del  norte y el sur, hacen que estos últimos interpreten sus realidades a partir de la visión de los primeros.





En lo mediático además de desacreditar permanentemente los éxitos alcanzados por Cuba y a sus dirigentes, tratan de minar el apoyo popular, en especial de los sectores más jóvenes, a quienes bombardean con mensajes instigadores a la frustración y desapego a la historia, mientras promueven la realización de sus aspiraciones económicas y profesionales fuera de su país y que son desproporcionadas a las condiciones propias del desarrollo socio-económico cubano. Pretenden robar primero los sueños y proyectos de vida de los jóvenes profesionales y con posterioridad, el talento, el conocimiento que con tanto esfuerzo ha creado esta nación. Se aprecia en la conducta de algunos jóvenes una profusa moda en el vestir, en los modales, en su visión exuberante del desarrollo y el bienestar personal, quienes por demás muestran un comportamiento extravagante y ostentoso, ajeno a la idea de igualdad, modestia y solidaridad que caracteriza de forma predominante a la juventud. Se escuchan voces críticas de los logros y prioridad que el estado ofrece a la política social del país y hablan de privatizar, hablan hasta de privatizar los servicios de la salud y la educación.

Por la historia que ha vivido este pueblo, sólo son voces y señales, que se esconden en el uso de un lenguaje aparentemente economicista o sencillamente inocuo porque la inmensa mayoría de los jóvenes y de la ciudadanía aprecian y agradecen la seguridad que ofrece el socialismo. No obstante esas voces y conductas requieren de una estrategia de enfrentamiento o de abordaje inteligente, sereno, seguro y en ello se trabaja a través del sistema de la educación, en todos sus niveles, y de la promoción, disfrute y acercamiento a lo más noble de la riquísima cultura cubana. Este abordaje a la guerra cultural, recrudecida desde el restablecimiento de las relaciones Cuba-Estados Unidos, requiere de recursos económicos, talento en el diseño de textos, multimedia para la educación, software, labor mediática y acciones culturales autóctonas en la que prevalezca lo mejor de la cultura cubana y te aseguro que los esfuerzos son ingentes. En este empeño se alinean gobierno, organizaciones políticas, de masas y no gubernamentales.

Hoy se enriquece la agenda cultural y se intensifica la labor de las Casas de Cultura comunitarias, desde la capital hasta los más pequeños y recónditos pueblos a todo lo largo y ancho del país y se perfecciona, como baluarte trascendental en esta batalla desigual, el sistema de educación nacional, reconociendo que desde los primeros años de vida hasta los niveles superiores, es preciso incentivar los valores que  harán a esos alumnos, más tarde, hombres cultos y de bien. Este accionar se intensifica, pero siempre ha estado presente bajo la filosofía martiana que es preciso ser cultos para ser libres, verdad que se agigante en esta batalla desigual en lo económico, en lo material, no en el ámbito de las ideas.





Como puedes apreciar  desde la lejanía de nuestras fronteras geográficas compartimos inquietudes por el futuro de nuestros más jóvenes retoños que no es más que luchar por el futuro de nuestros países. En este esfuerzo no podemos, ni debemos cejar, porque nos convertiríamos en el planeta americano, que la guerra cultural nos presenta como única opción hegemónica.


Recibe un abrazo fuerte.
La Habanera




(*)Tengo algo que contarte. Correspondencia entre dos mujeres es una relación epistolar entre una mujer de La Habana y otra de Salt (Girona). La publicación de estas cartas se realiza con el permiso de ellas mismas que han confiando en La Guerrilla Comunicacional su publicación.

Si es la primera carta que lees puede ser que te interese ver el histórico de la correspondencia:

Prólogo: Prólogo
Carta 1ª: Carta nº 1
Carta 2ª: Carta nº 2
Carta 3ª: Carta nº 3
Carta 4ª: Carta nº 4
Carta 5ª: Carta nº 5
Carta 6ª: Carta nº 6
Carta 7ª: Carta nº 7
Carta 8ª: Carta nº 8
Carta 9ª: Carta nº 9
Carta 10ª: Carta nº 10
Carta 11ª: Carta nº 11
Carta 12ª: Carta nº 12
Carta 13ª: Carta nº 13
Carta 14ª: Carta nº 14